Thursday, January 12, 2012

Un día y medio en Moscú

Voy a pasar un día y medio en Moscú, la ciudad es sólo una escala. Sin embargo, se trata de una escala "a gran escala", que bien merece una semana. Mi objetivo por el contrario se reduce a una permanencia efímera, Moscú en un tris, en un visto y no visto, pero mi propóstio es ambicioso, llegar hasta EL LEJANO ESTE, hasta... Mongolia. 

Desde la Estación Bielorussky me introduzco en el laberinto subterraneo del metro de Moscú. Próxima estación: Hostel Napoleon, un albergue de juventud situado a poco más de un kilometro de la Plaza Roja, en lo que llaman Kitay-Gorod, literalmente "la ciudad china", escrito Китай-Город. Ese es exactamente el lugar donde debo parar, importante quedarse con la imagen escrita para identificarla sobre el terreno, y no menos importante, la salida. En este caso, decido activar una especie de piloto automático que es el que va a regir toda mi ruta, un alfabeto "hostil" te deja casi indefenso.
La experiencia del metro moscovita

A continuación, acercamiento cauto a la ventanilla, ¡y en marcha los recursos lingüísticos!: "Zdrázvuitye! Ya ye du v..., adín (1)",con gesto de turista occidental que no se entera mucho. Bueno, pues ya está, un ticket single para toda la red metropolitana y, atención, unos 26 rublos si la memoria no me falla (62 céntimos de euro aproximadamente), ¡barato barato!

El metro de Moscú es amplio, no como el de Londres, y tremendamente regular y frecuente. El estilo decorativo del metro, del que ya había oído algo, es propio de un palacio del pueblo, sobrio pero elegante, hay estaciones temáticas especialmente elaboradas, pero no tengo tiempo para todo. Pongo atención constante a todo, las señales cuesta leerlas y no sé ya en que estación estoy. Todo son letras, y letras pequeñas, el contraste entre fondo y letras mínimo, y los paneles con iconos informativos en colores casi inexistentes: todo en ruso y colores discretos. En fin, pese a mi estado de alerta, me salto una estación y tengo que volver. Una hora y media después encuentro el Hostal Napoleon, se agradece la bienvenida de una chica joven que habla inglés, y me alojo en un dormitorio de seis, bien cuidado.

Dispongo de un día para visitar y extraer todo su jugo a mis fantasías "politico-viajeras" de juventud: ¡la Plaza Roja! ¡El mausoleo de Lenin! ¡Las Siete Hermanas de Stalin! ¡El Kremlin! Vamos, todo un Disneyland "para adultos".

San Basilio, magnífico
No hay mucho tiempo, así que me dispongo a tomar el "paquete básico", salgo del hostal y hasta la Plaza Roja. El tiempo ayuda, no llueve, pero están preparando el centenario de la ciudad y han instalado una estructura metálica que ocupa la mitad de la plaza, me fastidian el decorado, qué se le va a hacer. El mausoleo está cerrado, así que me dispongo a visitar la iglesia de San Basilio por dentro. El interior no es muy grande, el decorado es bastante austero y la entrada no es muy cara, una vez que se llega hasta Moscú merece la pena una visita...
Acceso al Kremlin desde el río

El río Moscú bordea el Kremlin
 Una vez fuera, desciendo hacia el río desde la Plaza Roja bordeando el Kremlin y me dirijo hacia la "Hermana de Stalin" más cercana. Las Hermanas de Stalin es un proyecto de rascacielos construidos tras la 2ª Guerra Mundial para ensalzar el perfil de la ciudad en competencia con los rascacielos estadounidenses y poner de relieve el poderío soviético tras la devastadora guerra. Kotelnicheski fue terminado en 1952, es el primero y el más cercano, un edificio de viviendas. Mezcla de racionalismo y clasicismo, hoy en día estos icónicos edificios han sido asociados a menudo con El Mal en la cultura pop occidental.
Edificio Kotelnicheski
Durante todo el camino, las obras entorpecen mi ruta en varios puntos. Tras visitar el edificio Kotelnicheski, vuelvo hacia el hostal. La calle Maroseyka de Kitay-Gorod es una calle "trendy" donde abundan cafeterías, comidas rápidas como McDonalds y otros comercios rusos o internacionales. Bastante caro. Como algo, no voy a decir dónde, y vuelvo al hostal.

Amanece un nuevo día, 26 de agosto, me levanto hacia las 9 y me encamino al nucleo neurálgico de la capital rusa, allí donde se encuentra todo el entramado administrativo y turístico. Tengo que atravesar la gran callé Novaya Ploshchad, una amplia calle que bien podría ser pista de aterrizaje.

Justo antes de llegar a la Plaza Roja, decido adentrarme en los Almacenes GUM, antiguos almacenes del Estado, hoy en día un recinto de estilo clásico reconvertido en el que se venden artículos de moda en comercios de gama media y lujo, y foco de atracción para turistas de toda Rusia que quieren mostrar su bienestar y poder adquisitivo. También hay cafeterías y comida rápida más o menos al estilo Occidental.
Grandes Almacenes GUM, precios occidentales (¡o peor!)
A continuación, me dirijo a extramuros del Kremlin donde se encuentra el monumento a los caídos de la 2ª Guerra Mundial, vigilado por dos guardias al más puro estilo soviético. El cambio de relevo es impresionante: movimientos totalmente hieráticos, gesto contundente (casi inexpresivo) y marcha marcial con piernas rectas batiendo firmemente el suelo, elevándose inmediatamente 90 grados hasta formar una línea horizontal y volviendo inmediatamente a batir el suelo.     

Estoy contando ya las horas que faltan para partir al aeropuerto, pero me da tiempo todavía a coger un metro hacia uno de los grandes polos de referencia en Moscú. He leído que la calle Tverskaya es una meca del nuevo consumismo ruso y de sus clases adineradas, así como centro de entretenimiento y vida nocturna. Salgo a la superficie, hace un día gris, vale, pero a primera vista el lugar no me impresiona: una ancha avenida, flanqueada por típicos edificios austeros y clásicos rusos, tráfico agobiante, luces de neón, paneles publicitarios, marañas de cables por doquier que se entrecruzan sobre las cabezas de viandantes y los vehículos. 

Es hora de volver, debo partir después de comer y desciendo al metro otra vez tras estudiar minuciosamente la red de metro, salgo en Kitay-Gorod y vuelvo a mi morada, al hostal.